El rostro en la sombra

28 de diciembre de 2020

TEMAS: Valor razonable

Queda para hombres del futuro, esperemos no muy lejano, con cabeza fría y con el beneficio del registro histórico, pasar juicio sobre las acciones de los responsables de la política pública a lo largo y ancho de todo el globo durante la crisis de la pandemia del 2020.

Sin embargo, son desde ya inmensamente preocupantes los efectos de estas decisiones en la esfera económica, sobre todo en temas de fondo, los que generalmente no encuentran espacios en los titulares del momento.

Debido a la “cuarentena” hemos experimentado al estado paternalista, esa distópica creación del siglo XX, desplegado en su forma más perversa.

Este estado ha llegado hasta las puertas de nuestros hogares, confinando a millones de seres humanos, incluso en algunas de las sociedades más libres del mundo, bajo medidas que asemejan una versión mal disfrazada del arresto domiciliario, en efecto haciendo mofa abierta de conceptos que creíamos seguros en nuestra era, como la libertad de movimiento y ni hablar de las libertades económicas que, a partir de ahora, debemos considerar condicionadas y sujetas a la revisión del mandatario de turno y de sus asesores, sobre todo si estos últimos son “científicos”.

Una “libertad” que puede suspenderse de forma indefinida con papel, tinta y un sello no es “libertad” con mayúscula.

Es una concesión, una dádiva; y el que todo lo puede dar todo lo puede quitar, como es bien conocido.

En lo económico, millones y millones de empleos se perdieron; innumerables empresas fueron diezmadas y quebradas; industrias enteras, puestas de cabeza, necesitarán años para ponerse de pie.

Pero todo eso se recupera: el hombre, como escribió Sófocles en Antígona, “tiene recurso para todo aquello que se le presente”.

Sólo necesitamos ponernos en movimiento, y nos pondremos en movimiento cuando el estado paternalista que nos ha postrado para “protegernos” del virus se nos quite de encima.

Y está ahí el problema a largo plazo, porque los dirigentes del planeta, y Jefferson en algún punto nos advertía sobre el tipo de gente que es atraída por el ejercicio del poder (pista: en promedio, no la mejor, con sus excepciones) les ha quedado claro algo, que no es más que una lección tan vieja como la humanidad: El miedo es un arma inmensamente efectiva para manipular al prójimo hasta el punto de hacernos abdicar lo más precioso de nuestra herencia histórica, que es ser libres; sobre todo si el supuesto “salvador”, que al final de cuentas no es más que un ídolo falso, el estado, blande ante nosotros un rostro querúbico.

En fin, el camino al infierno, dice un viejo proverbio español, está empedrado de buenas intenciones.

Esperemos no haber creado con nuestros miedos, justificados o no, un monstruo, un orden de magnitud mayor que el coronavirus y para el que no hay vacuna.

Autor: Roberto González Milá de la Roca