Ladrándole al árbol equivocado

6 de junio de 2022

TEMA: VALOR RAZONABLE

Mucha de la conversación sobre la corrección que han sufrido los mercados globales en los últimos meses se ha centrado sobre el rol de la Reserva Federal en la misma. El banco central de los Estados Unidos ha comenzado un ciclo de aumento de tasas que venía telegrafiando desde hace mucho y que no es más que una respuesta racional y técnicamente correcta a las circunstancias actuales de la economía estadounidense.

La narrativa afirma que el inicio del fin del dinero fácil ha hecho temblar los mercados, desapalancando el espacio invertible, contrayendo múltiplos, particularmente en el sector tecnológico, y todo esto bajo un fondo que se traduce en perspectivas de menor crecimiento económico. Todo cierto. Lo que se discute es el detalle y los grados. Sin embargo, y en esto se equivoca mucho observador desprevenido, esta discusión está lejos de ser la principal preocupación de la Reserva Federal.

El trabajo de la Reserva Federal no es velar por el mercado bursátil.

El Congreso, por estatuto y de forma consuetudinaria, le ha confiado tres misiones al banco central: estabilizar los precios (controlar la inflación), maximizar el empleo, y de forma más arcana mantener en niveles razonables las tasas de interés a largo plazo, esto último algo que tiene que ver con las hipotecas y el sueño americano de tener una casa propia.

Con el tiempo, la Reserva Federal, de forma orgánica e interactuando con el Congreso y los componentes del sistema financiero (bancos y otras criaturas del ecosistema), ha asumido enormes y críticas responsabilidades regulatorias en aras de la estabilidad del sistema.

En todo este panorama de ninguna manera el rol “de la bolsa” juega un papel estelar y sólo tiene lugar en las deliberaciones y acciones del ente monetario en la medida que pueda afectar de alguna manera los objetivos arriba enunciados.

Esto ciertamente excluye el drama diario, muchas veces circunstancial, de la bolsa en Nueva York.

En los tiempos que vivimos, de liderazgo global cuestionable, quizá abiertamente mediocre y negligente, consuela de alguna manera que la política monetaria de la principal economía del planeta está en manos de una institución con objetivos claros y con estándares de profesionalismo que probablemente no tienen par en nuestros tiempos. Esto se acabaría el día que los banqueros centrales que llevan sus riendas miren de reojo el arriba y abajo de la bolsa mientras toman sus decisiones. Ese día no ha llegado. Y en un mundo ideal no llegará.

El autor es financista